viernes, 10 de abril de 2020

Privados de la comunión


Dice San Pedro Julian Eymard sobre aquel primer jueves Santo:


Jesús pronuncia estas palabras estupendas, tan poderosas como la palabra creadora de Dios: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed, esto es mi sangre”. El cielo todo contempla atónito la obra de Jesús. La santísima Trinidad ha puesto en este misterio todas sus complacencias. Los ángeles, arrobados en éxtasis, lo adoran. El infierno... ruge furioso con hórridos estremecimientos de satánica rabia.

En nuestros días, los restos de Fe que sobreviven a una apostasía casi general, son aguijoneados por esta novedosa pandemia, que zarandea la virtud de la Fe con una diabólica "ordenanza": 
Cerrar las Iglesias. Como consecuencia los fieles en general nos alejamos del Pan de Vida. Justo en la fecha que rememoramos tan alto Misterio. Es un hecho providencial, o es providencialmente permitido, como quieran.

Personalmente no es placentero el sentimiento de poco dolor interior al privarme de comulgar, más cuando lo hacía frecuentemente, mi corazón sentimental no entiende la verdadera  y tremenda consecuencia de ausentarse de la sagrada Comunión. Pero cuidado, no nos engañemos fácilmente. Ello puede confundirnos también pensando con una falsa humildad: 
- Como no lo valoro demasiado, vendrá bien estar privado de él unos cuantos Días.

Vale volver a San Pedro Julian y escuchar un consejo:


Si nuestro Señor os hace sentir alguna vez en la Sagrada Comunión la dulzura de su gracia, agradecédselo; gozad de su presencia, de sus consuelos, de esta prueba de amor personal. Pero no olvidéis que no es éste el fin esencial y necesario de la visita de Jesús; sobre todo, no os alejéis de la sagrada misa porque vuestro corazón está frío y por qué es grande vuestra miseria: es una tentación horrible, un golpe mortal que el diablo quiere acestar contra vosotros y que entristece nuestro Señor. Por favor no os alejéis de la sagrada misa, ni tan siquiera por sentimiento de humildad.

Con mucho o poco sentimiento que tengamos hacia "Jesús escondido" (como decían los niños en Fátima al Señor Sacramentado) no debemos de alejarnos de la Vida de la Gracia,  que recibimos ordinariamente sólo a través de los sacramentos de la Iglesia.
Es en este pensamiento cuando el fiel común demanda, muchas veces sin decirlo, una actitud más arriesgada o más ingeniosa de los sacerdotes, que parece han obedecido muy rápido y sin presentar demandas a una norma demoníaca. 
No es necesario esperar a llegar el tiempo de persecución sangrienta para demostrar heroicamente el amor a Dios, la providencia nos puso en este tiempo, con los pequeños riesgos para que empecemos a obrar.


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