Además ella sabía librarlas de regañinas y castigos de las profesoras, y las niñas se lo agradecían.
Pues bien, un día lluvioso volvieron de paseo las pequeñas. Traían el calzado embarrado, y la buena hermana acudió en seguida para hacer con ellas el oficio de limpiabotas. Llegó imprevisiblemente el Sr. Cardenal. Ella quiso esquivarse y retraerse, pero el Cardenal, más avispado que ella, le toma la mano con el trapo sucio de betún y le dice: “Hermana, a Aquel a quien usted sirve no se le escapa nada, y un día verá en la eternidad que ante Dios cuentan a caso más las labores modestas que las relumbrantes”. “Pero, Eminencia –responde la hermana- , se ha manchado las manos de betún”. “Poco importa eso; las manos se lavan con facilidad”. Y diciendo esto, se marchó.
AL SERVICIO DE PIO XII – Cuarenta años de recuerdos – Sor M. Pascalina Lehnert